LA CONVENCIÓN SOBRE LOS DERECHOS DEL NIÑO ES LETRA MUERTA EN ECUADOR, PESE A LOS DISCURSOS DECLAMATORIOS DE UN PRESIDENTE QUE SE DICE PROGRESISTA.
Leído en LA NACIÓN
Vivir sin padres: Chunchi, el pueblo de los chicos
abandonados
Está en Ecuador y refleja el drama de los emigrantes
de la región
Por Rubén Guillemí | LA NACION
La entrevista telefónica con Luisito Chogllo (20
años) desde Chunchi, Ecuador, estaba pactada para las 5 de la tarde. El teléfono suena
una y otra vez, pero nadie atiende del otro lado. Repetimos la llamada. No hay
respuesta. De pronto, en la pantalla de nuestra computadora, abierta en la
página de Facebook, aparece un misterioso mensaje que acaba de enviar el joven:
"A Luisito la muerte lo tienta...".
Para comprender la gravedad de este mensaje es
necesario cierto contexto. Chunchi es un pintoresco pueblo cordillerano de
13.000 habitantes, cuyo nombre significa, en idioma local, "atardecer
rojo", por la particularidad de sus impactantes puestas de sol neblinosas
que tiñen el cielo.
Pero ese nombre tiene ahora una impensada conexión
con el hecho de que Chunchi es la localidad con el mayor índice de suicidios
infanto-juveniles del mundo. Desde 2010 se quitaron la vida allí 61 chicos de
menos de 20 años. El motivo no son cuestiones de amor ni problemas económicos.
La decisión trágica de estos chicos se vincula
básicamente con la ausencia de sus padres, que emigraron sin ellos. Chunchi es
el pueblo de los chicos abandonados.
Después de la crisis económica de 1999, Ecuador
vivió la mayor estampida migratoria de su historia. Casi 160.000 personas
dejaron el país en 2000, en su mayoría personas de clase media y baja. Y para
no someter a sus hijos a la angustiante situación de la inmigración ilegal en
el mundo desarrollado, muchos padres ecuatorianos optaron por viajar sin ellos.
Decidieron dejarlos solos o a cargo de familiares o amigos, y enviarles dinero
desde el exterior.
Aunque la ola emigratoria se fue frenando en los
últimos años, su impacto social aún perdura y es enorme. Según una reciente
encuesta elaborada por el municipio, en las escuelas de Chunchi el 51% de los
alumnos viven en casas sin padres.
Chunchi muestra un efecto colateral poco explorado
de la emigración: el gran daño psicológico y emocional que se puede provocar
cuando se desarma el esquema familiar.
La historia de la infancia y adolescencia de Luisito
resulta particularmente conmovedora. Es la historia de un chico, pero también
la de muchos otros.
Su padre murió antes de que él naciera. Y cuando
tenía apenas 5 años y su hermana, 7, su madre emigró en busca de mejores
perspectivas a Nueva Jersey, Estados Unidos. Dejó a sus hijos a cargo de los
abuelos; nunca más pudo volver.
Sus remesas de dólares fueron llegando puntualmente
todos los meses, pero Luisito dice que no es lo que más necesita, ni siquiera
ahora que tiene 20 años.
El deseo de volver a encontrarse con su madre, a
quien no ve desde hace 15 años, es a la vez la obsesión que le ilumina el
rostro en cada foto que le envía a ella a través de su cuenta de Facebook, y lo
que lo hunde en una profunda depresión cuando ve que pasan los años y ese
reencuentro no se concreta.
"¿Usted, que es periodista, podrá ayudarme a
conseguir la visa para viajar a Estados Unidos y encontrarme con mi
mamá?", preguntó a LA NACION en la primera comunicación, hace algunas
semanas.
Habiendo perdido toda esperanza, sumergido en la
angustia, hace cuatro años tuvo una primer intento de suicidio, frustrado por
la rápida intervención familiar y médica. Tres meses más tarde volvió a
intentarlo; lo salvó un lavado de estómago.
De allí la preocupación esta semana cuando en el
horario pactado para la llamada apareció su misterioso mensaje en Facebook.
Finalmente se concretó el diálogo, y a lo largo de la entrevista Luisito
volvió una y otra vez sobre la "muerte", que, según sus palabras, lo
"tienta".
"No poder recibir el cariño de una madre es
como haberse muerto", dijo. Pero durante el diálogo, la relación con su
madre ausente fue ambigua y varió entre la idealización y la bronca. La carta que
escribió a los 16 años antes de su primer intento decía: "No perdono a mi
madre por abandonarnos de esa forma y por dejarme solo".
La situación de Luisito es la de la gran mayoría de
los chicos de esta región y de otras de Ecuador, que han debido resignarse a
vivir sin sus padres.
"Según un estudio que hicimos en todo el cantón
el año pasado, la mayoría de los estudiantes tiene a sus padres viviendo en el
exterior", dijo Cristian Calle, coordinador de La Casa del Migrante de
Chunchi, a LA NACION.
La ola emigratoria que golpeó a todo Ecuador desde
comienzos de siglo tuvo particular impacto en determinadas zonas de la sierra
austral. En la provincia de Cañar, por ejemplo, llegó a emigrar la cuarta parte
de la población.
"Si mi vecino que se fue a Estados Unidos puede
enviar dólares para que su hijo tenga tales o cuales aparatos o equis nivel de
estudios ¿por qué yo no?", empezaron a preguntarse muchos padres. Y la
emigración creció entonces de forma contagiosa, impulsada en muchos casos por
un fuerte nivel de competencia", afirmó Calle.
Las remesas desde el exterior se convirtieron en una
importante fuente de ingresos para muchos chicos con padres emigrantes. Y
también para el país: sólo en 2007 llegaron unos 3300 millones de dólares de
ecuatorianos en el extranjero.
"Los padres que dejan a sus hijos solos
intentan llenar ese vacío enviando dinero o tecnología. Y muchos chicos se ven
de pronto manejando importantes cantidades de dólares sin la supervisión de un
adulto. Así fueron creciendo en la zona el alcoholismo y la drogadicción",
explicó Calle.
El gobierno nacional decidió tomar cartas en el
asunto y creó hace algunos años La Casa del Migrante, una institución local
dedicada a esta problemática.
"Los chicos nos contaban que su gran necesidad
era la parte afectiva, sentirse cuidados y queridos. Incluso algunos llegaron a
decirnos que les estaba faltando alguien que los reprendiera. ¡No hay cómo
cubrir esto de la desintegración familiar! Hay chicos que desde los 10 o 12
años se están haciendo cargo de todos sus hermanitos. Reciben dólares, pero la
plata no es todo", dijo el coordinador de La Casa del Migrante.
En este contexto, la cuestión del suicidio se
extendió de forma contagiosa entre chicos y adolescentes.
"Cuando quisimos darnos cuenta, ya estábamos
desbordados por esta plaga. Sólo en 2011, se quitaron la vida 38 menores en el
pueblo, acudiendo a cualquier método. En muchos casos pudimos atenderlos a
tiempo con un lavado de estómago. Como primera medida, la policía local decidió
prohibir la venta de venenos hogareños a menores", afirmó Calle.
Desde el exterior, los padres también viven con
angustia la soledad de sus hijos.
Luisito le pasó a LA NACION el teléfono de su madre,
que emigró a Estados Unidos en 1999, con un encargo especial: "Dígale que
quiero ir a verla. Dígale que quiero viajar aunque sea como ilegal".
Cuando LA NACION finalmente se comunicó con Carmen,
la madre de Luisito, al principio sonaba dubitativa y temerosa. Luego, con
dolor y resignación, reconoció: "Yo ya no puedo volver a Ecuador. Si voy,
no podría volver a Estados Unidos. Y aquí tengo trabajo, allá no".
La mujer dio también su propia explicación sobre los
intentos de suicidas de su hijo: "Es un chico que está solo y que piensa
mucho. Y a veces se resbala".
Poco a poco, Carmen se fue soltando: "Yo veo
difícil la posibilidad de que Luisito venga a Estados Unidos. Ahora está muy
dura la situación. Los
agentes de inmigración están continuamente buscando y deportando gente",
dijo.
De pronto, se escuchó del otro lado de la línea una
voz masculina que le gritó: "¡Carmen! ¡Qué tienes que estar dando tanta
información!". La llamada se cortó abruptamente.
LAS HISTORIAS, EN UN LIBRO
Ante la situación generalizada de abandono y falta
de esperanzas, Fernando Flores, de 22 años, encontró en la escritura una
válvula de escape. A los 17 años publicó el libro titulado Tiempos
desesperados, con diez historias de amigos suyos.
"Hubo un tiempo en que rondó por mi cabeza la
idea de quitarme la vida.
Pero yo pude encontrar esta alternativa y me puse a escribir
para contar lo que les estaba pasando a mis amigos", dijo Fernando a LA
NACION.
De las historias que relata en su libro, la que más
le impactó fue la de
Lourdes Vizñay , de 17 años, que también era amiga de Luisito
Chogllo.
"Lourdes vivía con dos hermanas mayores, de 24
y 25 años. En esa casa había una anarquía total. Era una permanente lucha por
el poder y por el dinero que enviaban los padres de Estados Unidos. Y Lourdes,
siendo la menor, era la más frágil. Ella creía y se ilusionaba con las promesas
de sus padres, que le decían que iban a viajar para visitarla. Se lo
prometieron cada cumpleaños y para su graduación. Pero nunca cumplieron",
recordó Fernando.
En su libro, relata que los últimos tiempos de
Lourdes fueron una sucesión de "casi". "Casi" viajaron sus
padres a verla, "casi" fue abanderada, "casi" se graduó y
"casi" se compró un vestido nuevo.
Pero el último "casi" fue fatal.
Ante la cercanía de su cumpleaños, se había
ilusionado con un vestido que vio en un negocio local. Todos los días se paraba
extasiada frente a la vidriera, pero el dinero que tenía no le alcanzaba para
comprarlo. Junto a unas amigas, ideó una picardía. Entraron al local, y
mientras unas distraían al dueño, Lourdes manoteó el vestido e intentó salir de
forma disimulada. Pero el hombre descubrió la artimaña y la atrapó.
"¡Ladrona!", le gritó. Pero lo que más le dolió a Lourdes, según
escribió en su última carta, fue que el hombre luego la insultó con el apodo
que le habían puesto en el pueblo por haber sido abandonada, "tirada"
por sus padres: "¡Botada!", le dijo, con gran desprecio.
Esa misma tarde Lourdes escribió su carta final y
acabó con su vida.
Fernando cree que la sucesión de tantos casos en tan
poco tiempo revela que hubo un efecto epidémico. "Entre nosotros dejó de
sorprendernos que un amigo nos diga: «Yo me quiero matar». Perdimos la
capacidad de horrorizarnos frente a esa idea."
La Casa del Migrante empezó a trabajar en dos
frentes para contener este drama, que llevó a que Chunchi fuera conocida
mundialmente como "el pueblo de los chicos suicidas". Siguieron de
cerca la salud psicológica de los chicos abandonados y su manejo del tiempo
libre, pero brindaron también asistencia legal y asesoramiento a los padres que
querían volver.
"En este momento hay más de 300 chicos, con
edades que varían desde los 5 años hasta adolescentes, que participan de
nuestros programas recreativos y cursos. La idea es contenerlos y ayudarlos a
organizar su día, para que no estén tanto tiempo solos en sus casas, sin un
adulto", explicó Calle.
En el municipio se instaló además un "aula
virtual", donde los jóvenes tienen acceso gratuito a Internet para
comunicarse con sus padres, chatear con ellos o verlos vía Skype.
Según Calle, la cantidad de suicidios fue
disminuyendo en el último tiempo. Pero por esas paradojas de la vida, la
conclusión a la que van llegando algunos jóvenes chuncheños con el correr de
los años frente a la experiencia del abandono es muy diferente de la que se
podría esperar.
En la foto de su perfil en la página de Facebook,
Diego Romero, de 21 años, lleva puesta inocentemente una gorra de la banda punk
norteamericana Suicidal Tendencies. A tal punto llega su acostumbramiento con
el tema que sólo se percató de la coincidencia cuando LA NACION se lo hizo
notar. "No me di cuenta. Sólo es porque me gusta cómo suena esa
banda", dijo.
Diego jamás trató de quitarse la vida. "Fue una
idea que me anduvo dando vueltas, pero nunca hice nada", dijo. Su padre se
fue a vivir a Estados Unidos cuando él tenía 4 años y su hermana, 6. Años
después también viajó su madre y los dejó a cargo de una tía.
Para Diego la vía de escape fue el alcohol. "Yo
siempre culpé a mi padre por haber forzado a mi madre a irse. Ellos nunca
pudieron regresar. Y en la bebida encontré distracción y la posibilidad de
olvidarme por un rato", recordó.
Pero los años pasaron y su vida se encarriló de a
poco. Formó una pareja, trabaja en el campo en tareas agrícolas y hace dos años
tuvo su primera hija, Emily.
Sin embargo, la decisión que está por tomar Diego
ahora no deja de sorprender.
"Estoy terminando de ahorrar dinero para irme a
vivir a Estados Unidos. Dejaría a mi hija acá con la madre. En Ecuador
no tenemos muchas posibilidades de progreso trabajando en el campo", dijo.
En una historia de círculos que se repiten, al igual
que la mayoría de los adultos chuncheños, en Diego se forjó también la ilusión
de que emigrando a un país desarrollado podría asegurar un porvenir para su
familia.
Cuando se le recuerda el daño que le provocó a él la
partida de sus papás, respondió: "Sí. Pero yo ahora ya maduré y pude ir
comprendiendo la decisión de ellos. Lo hicieron para que yo tuviera una mejor
calidad de vida, y yo siento la responsabilidad de garantizar también el futuro
de mi hija".
Así como restó importancia al riesgo de seguir los
mismos pasos que sus padres, Diego tampoco prestó atención al paradigmático
título de la canción de Suicidal Tendencies que acababa de compartir, una de
las más populares del grupo:"How Will I Laugh Tomorrow When I Can't Even
Smile Today" (¿Cómo voy a reír mañana, cuando ni siquiera puedo sonreír
hoy?).